Le venían siguiendo los talones. Oía sus pasos precipitarse hasta la puerta. Desde la barandilla hizo un cálculo rapidísimo de la distancia que le separaba hasta el toldo del piso inmediatamente inferior. Podía conseguirlo si daba un salto seguro, con cuidado de no caer fuera de la superficie de aquella salvación de rayas verdes y blancas que le ofrecía el destino. No lo pensó dos veces, se precipitó hacia abajo, con el corazón en la boca y los dientes apretados. ¡Tuvo suerte! Se deslizó hacia el borde del toldo y de otro salto alcanzó la terraza del piso.
Acurrucado en un rincón, oía voces al otro lado de la puerta, intentó estirar el cuello y comprobar quién hablaba. Era una familia, dos niños de unos 3 y 7 años, más o menos, jugaban en la alfombra. Un hombre leía el periódico, mientras la mujer miraba el televisor, ambos tendrían unos treinta y tantos años. Sintió envidia.
Dudó entre seguir huyendo por el exterior del edificio o entrar y explicarles la situación, por otra parte poco creíble. El tiempo apremiaba y tenía que pensar. Si seguía saltando, se exponía a que algunos de sus perseguidores estuvieran esperándole abajo y que toda la operación se fuera al garete. Si entraba, la vida de esas personas podía cambiar para siempre, nadie les dejaría hacer preguntas comprometidas que pusieran en peligro el trabajo de años de investigación. Ni unos ni otros, permitirían que conocieran la verdad.
El futuro de esa familia estaba en sus manos, la premura de la decisión que tenía que tomar le hacía sentirse tan mal que súbitamente empezó a sudar. Oía pasos arriba, probablemente ya habrían descubierto el cadáver de su camarada y estarían asomándose por la ventana. Afortunadamente, el toldo le escondía.
Quedaba una tercera opción, siempre latente, para la que nunca se está preparado, la que se interpuso entre él y el deseo de formar una familia, de llevar una vida normal. Tomó una maceta y con una pinza de la ropa hizo un hueco en la tierra, metió el microfilm y lo tapó. No debían encontrar tierra en sus uñas, si le hacían la autopsia. Eran unos diez pisos, no fallaría. El siguiente objetivo era: morir. Lo demás, ya era cosa del azar.
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lunes, 1 de junio de 2009
OBJETIVO: MORIR
Publicado por
Mª Rosa Rodríguez Palomar
a las
1:31
Etiquetas:
Concurso de relatos cortos
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