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jueves, 28 de mayo de 2009

Desde la periferia. Cuento para despistados

Nunca había estado en una frutería de barrio pero tengo que decir que ha sido todo una experiencia alternativa para apuntar datos de tesis citadina.

De entrada, había que recoger un número para comprar la fruta pero el aparato expendedor estaba a prueba de personas altas. Una señora reclamaba contra la gracia escorada y “alta” del aparatito. Todas hablaban mezclando el cotilleo con las frutas: Los pepinos a cincuenta céntimos liados con el último escándalo de la nuera, los tomate rebajados y rojos con las vacaciones del vecino, y así todo el foro de la tienda.

Por un momento comprobé que todo estaba revuelto y colapsado en el estrecho espacio de la frutería “Mari-Sol”. Los dueños eran tan peculiares como el ugar: Ella, la frutera, una mujer atractiva, embarazadísima y con ganas de vender toda la mercancía; el frutero, un segundón con cara de buena gente que aceptaba resignado el papel de marido seguidor. Y en medio de todo un servidor que, por instantes, tenía ganas de desaparecer.

En un momento, sin saber como, los números cobraron celeridad. Todo se explicaba, la compradora compulsiva que estaba en traces salió desde el frente del mostrador,marido incluido, con un gran cargamento de verduras y hortalizas, como si se preparan para la guerra o para una "reventa" a domicilio. No era una verdulera, ni una “verdolaria”, era una compradora sin más con ganas de aprovechar las rebajas del miércoles. Sin ella, el reducido espacio de la tienda se amplió. Y la Mari-Sol descansó de semejante carga.

En un estremo, al lado de una caja de melones, la conversación seguían su ritmo, mecánico y casino, de críticas de barrio. Todas recitaban el mismo estribillo impenitente: la subida de los precios. Una paradoja, todas permanecían allí, gastando el dinero,fieles a la llamada de las rebajas de frutas y no en sus casas boicoteando la economía. Pero, a los españoles siempre nos privó lo prohibido, lo marginal, por esto aunque importaba reivindicar la tragedia de las amas de casa, mártires azotadas por la economía desastrosa del gobierno mundial, ellas estaban allí gastando lo que no tenían. Cosas que pasan.

Una verbena esta frutería,pienso que como cualquier otra. En sí todos los establecimiento de esta suerte tienen su cariz propio. De todas formas, este "tragín verdulero", resultaba ser un sufrimiento especialmente para los que vamos siempre con prisa. A lo mejor, para los antropólogos puede que estos lugares sean los mejores para medir-frustraciones sociales. A decir verdad, el espacio de este o de cualquier lugar, con verduras y frutos, es peculiar. Será porque el color verde es sedante.

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