Pues eso…, amigos, que tras la Presentación solemne que me ha hecho Manuel Romero, y de las breves palabras de agradecimiento que le he dedicado en un comentario a su texto, os confieso que tengo una sensación como de impudor, al disponerme a hablar sobre mi propio libro. Además de que, como me lo sugirió alguien, quizás sea una tarea redundante, porque lo que uno tiene que decir sobre su libro es… el libro mismo.
Por lo pronto, mi agradecimiento Manuel por el empeño (empeño generoso, preciso, cuidadoso, minucioso) en su realización editorial. Está hecho con cariño. Gracias de nuevo, Manuel. Y enhorabuena por tu trabajo.
¿Qué por qué se me ocurrió escribir microrrelatos? Como tantas cosas en la vida, fue por puro azar, por una serie de coincidencias y sincronicidades: que mi hija me regaló un libro, precioso, en blanco…; que tuve una conversación esporádica con José María sobre un programa de televisión en el que se promovían relatos hiperbreves; que pasaba diariamente ratos muertos en la Sala de Espera del Hospital hasta que me llegara el turno de radiaciones; que necesitaba, por dinamismo inmanente, abrir puertas y ventanas a la vida, a la expansión vital, a la esperanza…
(Anécdota: de André Gide. En España, lee “Sala de Espera”. “Qué lengua tan bella –exclama- que confunde la espera con la esperanza”)
Y ha sido así: un modo de tenerme en pie, de forcejear contra las dificultades, de divertirme con la interfecundación de los géneros literarios que me ofrece este modelo híbrido del micro-relato, este pigmeo de las letras o bonsái retórico, propio de la inmediatez y el constructivismo postmoderno.
He leído un pensamiento del novelista argentino Ricardo Piglia (premio Planeta), citado por Vila-Matas: que en una época en la que los libros se publican y se ponen en circulación con una velocidad tan vertiginosa, el tiempo de lectura individual no ha cambiado, que leemos igual que en la época de Aristóteles. Seguimos descifrando signo tras signo, y eso nos sitúa en una actitud similar a la que se tenía cuando la circulación no era tan rápida.
Quizás esta sea la explicación del interés que hoy despiertan las narraciones abreviadas, para acoplar el ritmo acelerado del la vida al tempus de la lectura.
Habréis visto que el libro que os presento tiene dos títulos: “Microrrelatos histéricos, con Freud y Hemingway”, que no tiene que ver con el contenido (se refiere más bien a las convergencias casuales que decidieron su origen), y “Estrellas en la mano”, inspirado por los dibujos que me hizo un amigo de juventud, y que señala el paso de lo narrativo a lo simbólico. Porque quizás experimentéis que estas brevísimas narraciones se abren, como sucede casi siempre en literatura, a significados muchos más extensos, rompen la frontera de lo limitado y concreto… Es un modo de mezclar, en frasco pequeño, la narrativa con la metanarrativa.
Bueno, os lo diré con unas palabras de Rabindranath Tagore (las pusimos como epígrafe a nuestro libro “Los colores del agua”, escrito en colaboración con José María y Antonio Espinosa):
“Si quieres llenar tu cántaro, ven a mi lago. El agua se enredará a tus pies y te dirá mi secreto.”
Gracias por vuestra atención.
Por lo pronto, mi agradecimiento Manuel por el empeño (empeño generoso, preciso, cuidadoso, minucioso) en su realización editorial. Está hecho con cariño. Gracias de nuevo, Manuel. Y enhorabuena por tu trabajo.
¿Qué por qué se me ocurrió escribir microrrelatos? Como tantas cosas en la vida, fue por puro azar, por una serie de coincidencias y sincronicidades: que mi hija me regaló un libro, precioso, en blanco…; que tuve una conversación esporádica con José María sobre un programa de televisión en el que se promovían relatos hiperbreves; que pasaba diariamente ratos muertos en la Sala de Espera del Hospital hasta que me llegara el turno de radiaciones; que necesitaba, por dinamismo inmanente, abrir puertas y ventanas a la vida, a la expansión vital, a la esperanza…
(Anécdota: de André Gide. En España, lee “Sala de Espera”. “Qué lengua tan bella –exclama- que confunde la espera con la esperanza”)
Y ha sido así: un modo de tenerme en pie, de forcejear contra las dificultades, de divertirme con la interfecundación de los géneros literarios que me ofrece este modelo híbrido del micro-relato, este pigmeo de las letras o bonsái retórico, propio de la inmediatez y el constructivismo postmoderno.
He leído un pensamiento del novelista argentino Ricardo Piglia (premio Planeta), citado por Vila-Matas: que en una época en la que los libros se publican y se ponen en circulación con una velocidad tan vertiginosa, el tiempo de lectura individual no ha cambiado, que leemos igual que en la época de Aristóteles. Seguimos descifrando signo tras signo, y eso nos sitúa en una actitud similar a la que se tenía cuando la circulación no era tan rápida.
Quizás esta sea la explicación del interés que hoy despiertan las narraciones abreviadas, para acoplar el ritmo acelerado del la vida al tempus de la lectura.
Habréis visto que el libro que os presento tiene dos títulos: “Microrrelatos histéricos, con Freud y Hemingway”, que no tiene que ver con el contenido (se refiere más bien a las convergencias casuales que decidieron su origen), y “Estrellas en la mano”, inspirado por los dibujos que me hizo un amigo de juventud, y que señala el paso de lo narrativo a lo simbólico. Porque quizás experimentéis que estas brevísimas narraciones se abren, como sucede casi siempre en literatura, a significados muchos más extensos, rompen la frontera de lo limitado y concreto… Es un modo de mezclar, en frasco pequeño, la narrativa con la metanarrativa.
Bueno, os lo diré con unas palabras de Rabindranath Tagore (las pusimos como epígrafe a nuestro libro “Los colores del agua”, escrito en colaboración con José María y Antonio Espinosa):
“Si quieres llenar tu cántaro, ven a mi lago. El agua se enredará a tus pies y te dirá mi secreto.”
Gracias por vuestra atención.
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