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lunes, 9 de febrero de 2009

Tiempo de hombre, tiempo de silencio. Versos en tiempo de crisis.


A propósito del libro escrito por José María Carrascosa González. Un poemario de setenta y nueve páginas que desgranan esos momentos de ausencia y de entusiasmo del hombre. Su título: “Tiempo de hombre” nos sitúa ante la realidad metafísica del ser humano donde su autor se revela como un filósofo que poetiza la búsqueda. En este libro, pulbicado por Imcrea, aparece ese decir del tiempo no como un concepto del cronos ni siquiera como un poner adjetivo a algo que no lo necesita, tampoco como un suplemento a la realidad de lo cotidiano sino que es la descripción de lo eterno.

El poemario abre sus páginas situando al lector ante el hombre, protagonista de la vida, de esos momentos de encuentro consigo mismo.Portagonista y autor coinciden en el nombre, como una forma original de presentar los versos.

En estos lugares de la palabra escrita, la mirada serena al hombre se vuelve “un canto entre los labios

A la obertura del poemario le sigue un espacio solemne, un tiempo de ausencia donde el hombre busca, desde la vida misma, con la nota mística del silencio. Aquí,los versos se acercan a lo esencial a la metáfora que se convierte en alimento, que sabe a pan y a camino. En este apartado, los poemas se suceden bajo el grito de la tarde, de esa tarde que, lejos de ser ocaso, es participación del ensueño,un paso hacia sentimientos frescos y esperanzados. Y todo en la voz del día siguiente, como en la creación bíblica donde la palabra ordenaba y sucedía, el "dabar yavé" que `formaba el conocimiento del ser humano. Por otro lado, los versos de este capítulo se vuelven intimista, como el gris de los ojos en un “quizás” que es, al mismo tiempo,una pregunta; un tránsito, como el fluir tranquilo de las aguas de un río; un camino solitario con riesgo de perderse; una necesidad con la pretensión de gastar los caminos y deshacer las huellas después de entregarse al amor. 

Otro capítulo se cierne sobre el tiempo ensangrentado. Versos vivos, que contienen el deseo de mantener el silencio en la contínua espera de la tarde. Aquí, se tiene la sesacíón del desvelamiento(apocatástasis) del autor, un desnudar al hombre para descubrirlo como amor y manos; un hombre limitado capaz de perfilar el sentido del ser sin agotarlo. Y ante el hombre, la luz que se quiebra entre el camino y lo amado

A esta búsqueda inquietante le sigue poemas ardientes, versos de primavera, con sentimiento de la tierra fecunda. Los versos de este capítulo siguen manteniendo el sentido lírico de los anteriores, quizás con un toque más intimista y metafísico. Es notable esta mirada del autor que fuerza al lector a ver desde el hueco de la palabra, con la emoción contenida como ante el paisaje de una tarde limpia. 

Tras estos versos de búsqueda ansiosa aparece el anhelo del amor donde el nombre de lo amado se patentiza como "olor de las flores al viento", impregnándolo todo. Sólo la palabra, la del amor, se vuelve esperanza para todos los deseos, brisa marinera, mar tibio hasta cauterizar las heridas, un agua de lluvia que empapa la sed. Y esa palabra, redonda, como la primera que formó los cielos, se alza ante la eternidad de todos los momentos hasta convirtirse en verbo renacido bajo el leve susurro de presentidas tardes.

Detrás de la palabra pronunciada, viene el silencio, un latido hondo del corazón en crecida. 
Termina el poemario, con esta metáfora del tiempo roto permitiendo a la palabra humana mostrar su levedad, su incapacidad para expresar lo eterno, fragilidad ésta que nos pone delante de otra gran metáfora de corte místico: "la noche que presiente la luz que se apuntan dentro de las pupilas." Y después, el mundo, ese pequeño mundo del hombre en diálogo permanente consigo mismo, se desvanecerá no como una derrota sino como la aceptación irremisible del ser que se acepta en su limiación, capaz de dibujar el agua:"el recuerdo de otros tiempos mejores". A pesar de sentirse débil, el hombre nunca dejará de amar, de sentir el corazón crecer lleno de emociones secretas.

En este último capítulo el autor vuelve a subrayar la necesidad del silencio, siendo la muerte, como una metáfora de lo incuestionable la que describe el otoño de los deseos: un beso roto, un sencillo morir que permite que la vida siga esperando en el borde del camino.

1 comentario:

FERNANDO dijo...

El comentario de Tino es un excelente ejercicio de crítica literaria que, además de hacernos más comprensibles las metáforas de José María, enriquece su libro y le da a su "tiempo de hombre" la vibración exstática y honda de lo perdurable. Me ha gustado mucho, Tino, y me congratulo contigo, José María.