Estoy leyendo un poemario, como suelo leer los libros de poemas, de norte a sur en la geografía de las palabras. Su autor David Yáñez, un escritor “escandalosamente joven”, como dijo José María Cumbreño refiriéndose al talento de este autor. El libro tiene ese carisma propio del contenido urbano, con sentimientos encontrados que comienza un lunes, encogiendo las piernas bajo las sábanas y termina con unos versos en tono aforístico:
El respeto a las palabras
nos ha hecho poetas,
el miedo nos hará hombres.
Magnífico final que nos empuja a acoger ese sentimiento de la fragilidad que tantas veces nos hace escondernos ante las dificultades. Nunca el miedo supuso un menoscabo de la hombría, como en estos versos finales.
El miedo es la forma más sencilla de enfrentarnos con nosotros allí donde nadie entra, es la más espontánea de las sensaciones que permite medir nuestras capacidades y por el cual actuamos con prudencia. Aunque no siempre sucede así. Lo realmente importante es que el miedo nos hace pisar la realidad de lo humano restándonos prepotencia. La mayoría de las veces no somos capaces de hacerlo todo como nos hubiera gustado.
Hay que admitir sin pudor aunque sea un tópico que “del dicho al hecho va un trecho”. La valentía nace del miedo aceptado, el temor, el tremore, del respeto que supera el miedo del cara a cara. Admitir el miedo en nuestra realidad más profunda es superarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario